giovedì 31 dicembre 2015

Las gafas

Anteayer pasé un hermoso día en el monte con un par de amigos que estuvieron en la Degustación de Permacultura que M.D.T. y yo dimos en mi pueblo, Ceccano, pero no es de esto que quiero hablar.

Por navidad, mis madres me regalaron el último libro de Zerocalcare, un autor de cómics de Roma que me gusta mucho, y mamma me dijo que en la misma librería había otros libros suyos.
Al volver del monte decidí hacerme un regalo e ir a comprar otro libro de Zerocalcare; como la librería está en el centro comercial C. decidí hacer otros recados también.

Hace 10-15 años —cuando vivía de manera estable en mi pueblo— pasaba varios fines de semana en el centro comercial C. y mi vida ha cambiando mucho desde aquella época. Creo haber ido a C. un par de veces desde entonces. Seguramente nunca en los últimos años. Llegar y entrar me pareció muy raro y extraño, pero al mismo tiempo siniestramente familiar. Me fui directo a la librería, vi los libros de Zerocalcare que había, pero para no cargar con ellos decidí ir a hacer los otros recados antes. No conseguí hacer casi nada de lo que me había propuesto, estaba a punto de volver a la librería y marchar, pero decidí subir a la primera planta para dar una vueltecita rápida. Al subir vi mucha gente congregada en el centro del piso, pero me fui a la derecha para mi vuelta. Todo era igual a antes. Unas tiendas (quizás) diferentes, pero al fin y al cabo más de lo mismo. 
Al llegar a donde estaban congregadas las personas, vi que había un escenario y yo estaba llegando desde detrás de ello. “Escondidas” detrás del escenario había unas 4 chicas con trajes de papá Noel y con las piernas a la vista. Como si fueran trajes de baño completos de papá Noel (o mamá Noel). Unas chicas de 30-40 años con unos vestidos ridículos: tenía que haber imaginado lo que había en el escenario pero esa imagen me descolocó y seguí pensando que habría la actuación de algún cómico de bajo valor, que era la idea que me había hecho desde el principio. Di la vuelta de muchas personas que estaban mirando el escenario y me di rápidamente cuenta que era mucho peor de lo que pensaba. Se trataba de un concurso de belleza; algo que no había presenciado nunca en mi vida. Obviamente se trataba de un concurso de belleza femenina.



La imagen más famosa de Divine
En el escenario había unas 20 chicas veiteañeras en bikini negro e improbables zapatos igualmente negros y un presentador en sus treintas con un embarazoso bronceado de lámpara. Cuando llegué yo, una de las chicas —semidesnuda y con unos ojos pintados que parecía la mejor Divine— estaba siendo “entrevistada” por el moreno presentador que le preguntaba qué quería hacer de mayor. Quizás el intento fuera demostrar que la chica sí que tenía un cerebro y no era solo un objeto que estaba allí por ser mirado por las cientos de personas reunidas. Y la chica, después de declarar tener 23 años, intentando ir de simpática con bromecitas y risitas decidió demostrar que sí que tenía un cerebro y decir que de mayor quería viajar, sobre todo. Pero no en avión, que le daba mal de estomago; mejor en barco. ¡Cuanta simpatía! y ¡qué brío!
23 años. 1992, pensé, y volvió a mi cabeza una de las historias de Zerocalcare que acababa de volver a leer “¿¿¿Los del '95 tienen 20 años??? Cuando pasó ¿Quien lo permitió?”
De todas formas justo después de esta entrañable “entrevista” todas las chicas en bikini empezaron un desfile con una caminata insegura, improbable y desgalichada por causa de la vergüenza, pero sobre todo por los zapados de aguja o cualquier otra aberración llevasen en sus pies. Me largué tan pronto como pude intentando no cruzar la mirada con nadie, intentando no imaginar las personas presentes —que pensaba ser principalmente tíos— y sus evaluaciones silentes: “buen culo”, “tetas demasiado pequeñas”, “buena sonrisa”, “buenas piernas”, etc. Solo crucé los ojos con un guardia al final de sus treinta años, de pié detrás del gentío de personas y con una mirada hacia el escenario digna del más exigente cliente de carnicería.
Me fui rápido a la librería, compré el cómic y salí. En la puerta de cristal había un cartel que anunciaba el concurso de belleza de Miss Mundo y al llegar a casa descubrí que aquel era el quinto encuentro del concurso en mi zona.


Sé que vivo en una burbuja y ese choque con la realidad me hizo ver una vez más cuan pequeña sea esa burbuja. Al ser un tío adulto blanco heterosexual, al estar en una posición de poder, sé que para mi es más fácil alejarme de las reglas de la sociedad, ser raro y ser orgulloso de ello. Alejarme de la normalidad. Una normalidad hecha de consumismo de cosas (el templo de C. y los miles de otros templos parecidos), pero también del consumismo de cuerpos y personas, de inteligencias, de belleza, de aspiraciones, de ternura y de la impotencia percibida de cambiar las estructuras de la sociedad. Parte de lo que hago es “vender gafas” que nos permitan ver que sí es posible ver las cosas de una manera diferente y actuar en consecuencia. Pero hay que hacerlo mucho más. Es necesario que muchas más personas lo hagan, como lo hago yo o incluso mejor de maneras completamente diferentes, para poder llegar a más gente. Es necesario porque esta realidad da verdaderamente miedo.