Anteayer pasé un
hermoso día en el monte con un par de amigos que estuvieron en la
Degustación de Permacultura que M.D.T. y yo dimos en mi pueblo,
Ceccano, pero no es de esto que quiero hablar.
Por navidad, mis madres me regalaron el último libro de Zerocalcare, un autor de cómics
de Roma que me gusta mucho, y mamma me dijo que en la misma librería
había otros libros suyos.
Al volver del monte
decidí hacerme un regalo e ir a comprar otro libro de Zerocalcare;
como la librería está en el centro comercial C. decidí hacer otros
recados también.
Hace 10-15 años
—cuando vivía de manera estable en mi pueblo— pasaba varios
fines de semana en el centro comercial C. y mi vida ha cambiando
mucho desde aquella época. Creo haber ido a C. un par de veces desde
entonces. Seguramente nunca en los últimos años. Llegar y entrar me
pareció muy raro y extraño, pero al mismo tiempo siniestramente
familiar. Me fui directo a la librería, vi los libros de Zerocalcare
que había, pero para no cargar con ellos decidí ir a hacer los
otros recados antes. No conseguí hacer casi nada de lo que me había
propuesto, estaba a punto de volver a la librería y marchar, pero
decidí subir a la primera planta para dar una vueltecita rápida. Al
subir vi mucha gente congregada en el centro del piso, pero me fui a
la derecha para mi vuelta. Todo era igual a antes. Unas tiendas
(quizás) diferentes, pero al fin y al cabo más de lo mismo.
Al
llegar a donde estaban congregadas las personas, vi que había un
escenario y yo estaba llegando desde detrás de ello. “Escondidas”
detrás del escenario había unas 4 chicas con trajes de papá Noel y
con las piernas a la vista. Como si fueran trajes de baño completos
de papá Noel (o mamá Noel). Unas chicas de 30-40 años con unos
vestidos ridículos: tenía que haber imaginado lo que había en el
escenario pero esa imagen me descolocó y seguí pensando que habría
la actuación de algún cómico de bajo valor, que era la idea que me
había hecho desde el principio. Di la vuelta de muchas personas que
estaban mirando el escenario y me di rápidamente cuenta que era
mucho peor de lo que pensaba. Se trataba de un concurso de belleza;
algo que no había presenciado nunca en mi vida. Obviamente se
trataba de un concurso de belleza femenina.
La imagen más famosa de Divine |
En el escenario
había unas 20 chicas veiteañeras en bikini negro e improbables
zapatos igualmente negros y un presentador en sus treintas con un
embarazoso bronceado de lámpara. Cuando llegué yo, una de las
chicas —semidesnuda y con unos ojos pintados que parecía la mejor
Divine— estaba siendo “entrevistada” por el moreno presentador
que le preguntaba qué quería hacer de mayor. Quizás el intento
fuera demostrar que la chica sí que tenía un cerebro y no era solo
un objeto que estaba allí por ser mirado por las cientos de personas
reunidas. Y la chica, después de declarar tener 23 años, intentando
ir de simpática con bromecitas y risitas decidió demostrar que sí
que tenía un cerebro y decir que de mayor quería viajar, sobre
todo. Pero no en avión, que le daba mal de estomago; mejor en barco.
¡Cuanta simpatía! y ¡qué brío!
23 años. 1992,
pensé, y volvió a mi cabeza una
de las historias de Zerocalcare que acababa de volver a leer
“¿¿¿Los del '95 tienen 20 años??? Cuando pasó ¿Quien lo
permitió?”
De todas formas
justo después de esta entrañable “entrevista” todas las chicas
en bikini empezaron un desfile con una caminata insegura, improbable
y desgalichada por causa de la vergüenza, pero sobre todo por los
zapados de aguja o cualquier otra aberración llevasen en sus pies.
Me largué tan pronto como pude intentando no cruzar la mirada con
nadie, intentando no imaginar las personas presentes —que pensaba
ser principalmente tíos— y sus evaluaciones silentes: “buen
culo”, “tetas demasiado pequeñas”, “buena sonrisa”,
“buenas piernas”, etc. Solo crucé los ojos con un guardia al
final de sus treinta años, de pié detrás del gentío de personas y
con una mirada hacia el escenario digna del más exigente cliente de
carnicería.
Me fui rápido a la
librería, compré el cómic y salí. En la puerta de cristal había
un cartel que anunciaba el concurso de belleza de Miss Mundo y al
llegar a casa descubrí que aquel era el quinto encuentro del
concurso en mi zona.
Sé que vivo en una
burbuja y ese choque con la realidad me hizo ver una vez más cuan
pequeña sea esa burbuja. Al ser un tío adulto blanco heterosexual,
al estar en una posición de poder, sé que para mi es más fácil
alejarme de las reglas de la sociedad, ser raro y ser orgulloso de ello. Alejarme de la normalidad. Una
normalidad hecha de consumismo de cosas (el templo de C. y los miles
de otros templos parecidos), pero también del consumismo de cuerpos
y personas, de inteligencias, de belleza, de aspiraciones, de ternura
y de la impotencia percibida de cambiar las estructuras de la
sociedad. Parte de lo que hago es “vender gafas” que nos permitan
ver que sí es posible ver las cosas de una manera diferente y actuar
en consecuencia. Pero hay que hacerlo mucho más. Es necesario que
muchas más personas lo hagan, como lo hago yo o incluso mejor de
maneras completamente diferentes, para poder llegar a más gente. Es
necesario porque esta realidad da verdaderamente miedo.
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