
Al volver del monte
decidí hacerme un regalo e ir a comprar otro libro de Zerocalcare;
como la librería está en el centro comercial C. decidí hacer otros
recados también.
Hace 10-15 años
—cuando vivía de manera estable en mi pueblo— pasaba varios
fines de semana en el centro comercial C. y mi vida ha cambiando
mucho desde aquella época. Creo haber ido a C. un par de veces desde
entonces. Seguramente nunca en los últimos años. Llegar y entrar me
pareció muy raro y extraño, pero al mismo tiempo siniestramente
familiar. Me fui directo a la librería, vi los libros de Zerocalcare
que había, pero para no cargar con ellos decidí ir a hacer los
otros recados antes. No conseguí hacer casi nada de lo que me había
propuesto, estaba a punto de volver a la librería y marchar, pero
decidí subir a la primera planta para dar una vueltecita rápida. Al
subir vi mucha gente congregada en el centro del piso, pero me fui a
la derecha para mi vuelta. Todo era igual a antes. Unas tiendas
(quizás) diferentes, pero al fin y al cabo más de lo mismo.

![]() |
La imagen más famosa de Divine |
En el escenario
había unas 20 chicas veiteañeras en bikini negro e improbables
zapatos igualmente negros y un presentador en sus treintas con un
embarazoso bronceado de lámpara. Cuando llegué yo, una de las
chicas —semidesnuda y con unos ojos pintados que parecía la mejor
Divine— estaba siendo “entrevistada” por el moreno presentador
que le preguntaba qué quería hacer de mayor. Quizás el intento
fuera demostrar que la chica sí que tenía un cerebro y no era solo
un objeto que estaba allí por ser mirado por las cientos de personas
reunidas. Y la chica, después de declarar tener 23 años, intentando
ir de simpática con bromecitas y risitas decidió demostrar que sí
que tenía un cerebro y decir que de mayor quería viajar, sobre
todo. Pero no en avión, que le daba mal de estomago; mejor en barco.
¡Cuanta simpatía! y ¡qué brío!

De todas formas
justo después de esta entrañable “entrevista” todas las chicas
en bikini empezaron un desfile con una caminata insegura, improbable
y desgalichada por causa de la vergüenza, pero sobre todo por los
zapados de aguja o cualquier otra aberración llevasen en sus pies.
Me largué tan pronto como pude intentando no cruzar la mirada con
nadie, intentando no imaginar las personas presentes —que pensaba
ser principalmente tíos— y sus evaluaciones silentes: “buen
culo”, “tetas demasiado pequeñas”, “buena sonrisa”,
“buenas piernas”, etc. Solo crucé los ojos con un guardia al
final de sus treinta años, de pié detrás del gentío de personas y
con una mirada hacia el escenario digna del más exigente cliente de
carnicería.

Sé que vivo en una
burbuja y ese choque con la realidad me hizo ver una vez más cuan
pequeña sea esa burbuja. Al ser un tío adulto blanco heterosexual,
al estar en una posición de poder, sé que para mi es más fácil
alejarme de las reglas de la sociedad, ser raro y ser orgulloso de ello. Alejarme de la normalidad. Una
normalidad hecha de consumismo de cosas (el templo de C. y los miles
de otros templos parecidos), pero también del consumismo de cuerpos
y personas, de inteligencias, de belleza, de aspiraciones, de ternura
y de la impotencia percibida de cambiar las estructuras de la
sociedad. Parte de lo que hago es “vender gafas” que nos permitan
ver que sí es posible ver las cosas de una manera diferente y actuar
en consecuencia. Pero hay que hacerlo mucho más. Es necesario que
muchas más personas lo hagan, como lo hago yo o incluso mejor de
maneras completamente diferentes, para poder llegar a más gente. Es
necesario porque esta realidad da verdaderamente miedo.