Estoy
en un barco que salió a las 8:00 desde Göteborg (Suecia) y me
llevará a Frederikshavn en Dinamarca. Son las 8:51, ya estamos
demasiado fuera como para ver algo que no sea agua y un poco de
cuesta a lo lejos, la llegada está prevista a las 11:15 y es un buen
momento para escribir.
El
sábado pasado (bueno de hecho hace dos sábados) me fui, como todos
los sábados, a trabajar en el bosque comestible de Can Masdeu. Un
grupo de unas 15-20 personas del Centre Civil del Coll la Bruguera había venido a
visitar el proyecto. Habían contactado conmigo dos meses antes.
Llegué un poco tarde y ellxs ya estaban allí, junto con D.F. y R.T.
D.F.
le explicó lo que es Can Masdeu y justo después pasé a explicarle
lo que son la permacultura, Permacultura Barcelona y un bosque
comestible. Después pasamos a visitar el bosque, mientras D.F. y R.T. trabajaban un poco.
Al
final de la visita la gente se dijo entusiasta, pero después de poco
se fue.
El
día anterior (viernes) me había ido a Amposta (1,45h en tren),
había enseñado 3 clases de una hora y media del Curso de Diseño en
Permacultura y había vuelto por la noche del mismo día para
enseñarle el bosque comestible a la gente del Coll la Bruguera la
mañana siguiente. Como ya dije, a las 11:15 del sábado estaba en
Can Masdeu y a la 1:30 quedábamos D.F., R.T. y yo. Nadie más. El día
era muy bonito, despejado, hacía calor, pero no como en la ciudad,
pero no había nadie más que nosotros. Estaba deprimido y decidí no
quedarme a comer. Bajando pasé como siempre al lado de los campos de
fútbol sala y como siempre me dio de pensar. Vi docenas de tíos
vestidos de colores, sudando bajo el sol y divirtiéndose. Pues sí,
es un juego y está bien vestirse de colores, no es cierto la vida
“normal” cuando no está tan bien ir vestidos con colores
alegres. Además en el fútbol es importante distinguirse los unos de
los otros. ¡Que se entiendan bien los equipos contrapuestos! Y
luego, claro, en el día a día no que no está bien ir de colores.
Es de maricón, ¡collons! Además en el fútbol sólo tíos, claro.
Faltaría más. La separación de los sexos antes que todo, por dios.
Será un juego, pero ¿quien quiere jugar con mujeres? ¡Ellas sirven
para otras cosas! Además no sería justo. ¡La diferencia entre
nosotros y ellas es demasiada!
En
fin. Estaba de malo humor, cansado, y pensamientos negativos me
llenaban la cabeza. Está bien divertirse como mejor queramos, pero
la sociedad nos dirige, como siempre, y nos dejamos dirigir. Pensar
en lo que nos gusta de verdad podría ser dañino.
Seguí
caminando hacia el metro. Antes de entrar me hice llamar (por segunda
vez) por E.N. que me dijo que estaba en Sants con C.C. en un
concierto-fiesta para el centro social de Can Víes y que me esperaba.
Empecé a sentirme mejor, a pensar que no me lo tenía que tomar tan
personalmente. Que las personas del Coll la Bruguera eran casi todas
mayores y que había sido bueno pasar la mañana con ellxs. Y que al
final la gente del fútbol sala se estaba solo divirtiendo como mejor
sabía. Llegó el metro, entré, cogí el metro y llegué leyendo
hasta Diagonal donde cambié a la línea azul. Cogí el metro y me
arrepentí de haberme ido de Can Masdeu. Me arrepentí con todo mi
ser.
Eran
las 14 y el metro estaba lleno. Había colores
del
Barça
por
todo lado.
Tuve que estar de pie.
Un grupo de tíos hacía coros, saltaba y reía en el metro. Ha-cí-a cooo-ros, sal-ta-baaa y re-ííí-aaaaa MUCHO. Al poco tiempo los coros pro-Barça se transformaron en coros anti-Madrid. Cualquier equipo de Madrid fuera. Y los coros eran violentos, claro. Y los tíos se reían, claro. Una tía que estaba a mi lado le explicaba a otro tío —¡justificándose!— que no, no le gustaba el fútbol pero que a su padre (que estaba allí al lado) le encantaba. Y el padre se puso a cantar con los del Barça y a darle fuertes golpes ritmados al palo al que estaba apoyado yo también. Y su anillo de boda “sonaba” al tocar el palo. Después de un par de paradas entró en mi coche un segurata ENORME que había visto mientras esperaba el metro en Diagonal. Nunca estuve más feliz de ver a un representante del orden. Al entrar, el hombre dijo algo a los tíos, pero se veía que no era serio, que tenía la sonrisa en la boca. Los tíos le abrazaron y siguieron haciendo coros, saltando y riendo. Su divisa naranja se transformó en mis ojos en otra blaugrana. Empezaron a contestar a los coros tíos del coche de al lado, en la parada siguiente entraron más tíos y se unieron a los coros. La parada siguiente era, por fin, mi parada. Me parecía haber estado en el metro un tiempo infinito. Al dirigirme a la salida, la que estaba más lejos de los tíos que seguían “cantando”, vi que había muchas otras personas con la divisa oficial. Y gente normal, tías mayores, que reía y parecía estárselo pasando bien, o por lo meno comprender todo esto, verlo como algo al fin y al cabo necesario.
Tuve que estar de pie.
Un grupo de tíos hacía coros, saltaba y reía en el metro. Ha-cí-a cooo-ros, sal-ta-baaa y re-ííí-aaaaa MUCHO. Al poco tiempo los coros pro-Barça se transformaron en coros anti-Madrid. Cualquier equipo de Madrid fuera. Y los coros eran violentos, claro. Y los tíos se reían, claro. Una tía que estaba a mi lado le explicaba a otro tío —¡justificándose!— que no, no le gustaba el fútbol pero que a su padre (que estaba allí al lado) le encantaba. Y el padre se puso a cantar con los del Barça y a darle fuertes golpes ritmados al palo al que estaba apoyado yo también. Y su anillo de boda “sonaba” al tocar el palo. Después de un par de paradas entró en mi coche un segurata ENORME que había visto mientras esperaba el metro en Diagonal. Nunca estuve más feliz de ver a un representante del orden. Al entrar, el hombre dijo algo a los tíos, pero se veía que no era serio, que tenía la sonrisa en la boca. Los tíos le abrazaron y siguieron haciendo coros, saltando y riendo. Su divisa naranja se transformó en mis ojos en otra blaugrana. Empezaron a contestar a los coros tíos del coche de al lado, en la parada siguiente entraron más tíos y se unieron a los coros. La parada siguiente era, por fin, mi parada. Me parecía haber estado en el metro un tiempo infinito. Al dirigirme a la salida, la que estaba más lejos de los tíos que seguían “cantando”, vi que había muchas otras personas con la divisa oficial. Y gente normal, tías mayores, que reía y parecía estárselo pasando bien, o por lo meno comprender todo esto, verlo como algo al fin y al cabo necesario.
Salí.
Por fin salí. Me fui corriendo a buscar a E.N. Estaba en una plaza
con C.C. y L.. La fiesta se estaba acabando y un tío tocaba el banyo,
las percusiones y cantaba (gritaba) con toda la intensidad posible.
E.N. explicó que era vasco. Claro. Conté mi historia. Después de
poco C.C. se fue. E.N vio que yo estaba muy afectado. Me cuidó. Me
dijo —como ya había hecho en otras ocasiones— que era la
necesidad de sentirse parte de un grupo, que ella tampoco estaba de
acuerdo con lo de los tíos del metro, pero que al fin y al cabo los
tíos que jugaban a fútbol cerca de Can Masdeu estaban haciendo
deporte y se lo estaban pasando bien. Todo se me quedaba corto. Mi
furor no se iba. E.N. se dijo de acuerdo conmigo, no sé si
totalmente en serio o también para placarme.
Decían
que la religión es el opio del pueblo y es cierto.
Pero nosotrxs hemos evolucionado, hemos abandonado la espiritualidad.
Ya no la necesitamos. Y
tampoco necesitamos hacer guerras (bueno, por lo menos entre
nosotrxs, que allá donde se lo pasan mal y donde podemos ganar fácil
sí que nos vamos). Ahora nuestro opio es mucho más material.
Nuestra felicidad o tristeza, ya no dependen de hombres con divisa de
cura, supuestos emisarios de un ser superior que nos dicen lo que
está bien o no hacer. Ahora
se deben a tíos con camisetas coloreadas que se afrontan cada dos
por tres para satisfacer nuestras necesidades drogadictas y nuestra
sed de “sangre”, nuestra necesidad de sacar la violencia
toda masculina que nos llevamos por dentro. Y el poder ya no necesita
ensuciarse las manos con agua bendita y hostias (en sentido literal y
figurado). Ya es suficiente tener dinero para comprar este o aquel
futbolista, mantenernos interesadxs y seguir haciendo
lo que le da la gana. Panem et circenses decían los romanos. Las
cosas no han cambiado mucho desde entonces.
Si
1/100 de la energía invertida en los partidos (de fútbol) se
invirtiera en algo que tiene sentido viviríamos en un mundo mucho
mejor.
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